La práctica musical continuada mejora la plasticidad y las conexiones de la red cerebral que organiza las experiencias y recuerdos para usarlas en el futuro
Quizá deberíamos pasar más rato pensando en las musarañas. O dándole vueltas a qué se parece esa mancha que ha salido en el techo. O, sencillamente, poniendo la mente en blanco algo que, por otra parte, neurológicamente, no es más que una frase hecha sin mucho sentido. Y lo es porque, en realidad, mientras hacemos cualquiera de esas cosas aparentemente vacuas e intrascendentes, el cerebro activa una red neuronal de guardia, la llamada Red por Defecto (Default Mode Network o DMN, en inglés), que hace grandes cosas por nosotros y por nuestro futuro. Esa red neuronal, denominada así en 2001 por el neurocientífico americano Marcus Raichle, toma las riendas del cerebro cuando nos ponemos en modo inopia y su función es crucial en nuestra toma de decisiones: ocupa ese tiempo en el que divagamos o soñamos despiertos en organizar nuestra memoria, referenciar nuestros recuerdos y experiencias y, en definitiva, establecer las condiciones necesarias para que cuando nos toque decidir, el árbol mental de decisiones que usemos sea el mejor posible. Ahora, la investigadora Miriam Albusac Jorge ha descubierto, además, que una práctica musical continuada en el tiempo modela esta red cerebral incrementando su plasticidad, mejorando su efectividad y, por tanto, haciendo más efectiva la toma de decisiones de estos músicos. Pensar en las musarañas y tocar un instrumento musical pueden, contra todo pronóstico, convertirse en dos ocupaciones complementariamente perfectas.
Miriam Albusac Jorge es psicóloga, musicóloga y tiene el grado profesional de guitarra clásica. Esa trayectoria ha derivado en una tesis doctoral Music and Default Mode Network: Functional and structural changes (Música y Red por Defecto: cambios funcionales y estructurales) que la ha ocupado los últimos cuatro años y que le ha permitido demostrar, a partir de la experimentación con músicos instrumentistas con más de diez años de formación y dedicación musical, que éstos desarrollaban mejoras funcionales –reaccionaban mejor a ciertos estímulos– y modificaciones estructurales en su Red por Defecto. “En las resonancias magnéticas hemos comprobado que, en los músicos con años de práctica, esta red tenía ciertos nodos con más interconexiones que en la de aquellos sin conocimiento ni práctica musical alguna”, explica la investigadora.
La red por defecto es curiosa. Está hiperactiva mientras no hacemos nada, pero sabe quitarse de en medio a toda velocidad: tan pronto como el ser humano entra en actividad, se desconecta dando paso al sistema neuronal correspondiente que se hará cargo de la nueva tarea, sea ésta resolver un problema matemático, leer o ver una película. Además, esta red neuronal “está presente en numerosos procesos cognitivos superiores por lo que una mayor interconexión supone una mayor facilidad para la resolución de problemas y la toma de decisiones”, explica Albusac, que añade que “además, hemos comprobado mayor plasticidad en la parte posterior del cerebro, justo donde se sitúa esta red”.
La investigación de Miriam Albusac, que se ha desarrollado en el Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento (CIMCYC) de la Universidad de Granada y en el centro de investigación canadiense Brams (International Laboratory for Brain, Music and Sound Research, o Laboratorio Internacional para la Investigación en Cerebro, Música y Sonido) ha tenido dos fases. En la primera, la investigadora realizó pruebas conductuales para medir diversos parámetros de atención selectiva y sostenida así como la memoria de trabajo (una a corto plazo que utilizamos para recordar cosas concretas como números, secuencias de palabras, etcétera). «Hicimos también ciertas pruebas de discriminación auditiva musical y de cadenas de sílabas sin contenido semántico. Se trataba de determinar cuáles funcionarían bien en la segunda fase, la de la resonancia magnética”. Para esta fase recurrieron a dos grupos bien definidos. El primero, de 50 músicos con unas características concretas y especialmente homogéneas: Instrumentistas, con más de 10 años de estudios musicales reglados, diestros y sin oído absoluto. “Diestros porque los zurdos tienen una configuración cerebral diferente y queríamos evitar esa diferencia”, acota Albusac. Por la misma razón, no debían tener oído absoluto, la capacidad de identificar sonidos sin referencia alguna y saber qué nota representan. El grupo de contraste estaba formado por 51 personas sin experiencia musical alguna.
En la segunda fase, otros dos grupos de 20 personas –diferentes de las anteriores y siguiendo los mismos criterios de músicos frente a no músicos– se sometieron a una resonancia magnética, con el fin de hacer un análisis funcional y estructural de la red por defecto. “Medimos el comportamiento cerebral cuando los sujetos no hacían nada, cuando sonaba la música, la secuencia de sílabas, etcétera. y comprobamos diferencias entre los dos grupos”. Albusac describe que hallaron un comportamiento diferente entre músicos y no músicos en el momento en el que la red se desconecta en el tránsito de la inactividad a la acción. En los músicos, la supresión de la red es menor cuando la tarea siguiente está relacionada con su ámbito profesional. Del mismo modo, la interconectividad entre las distintas regiones de esta red neuronal y entre ésta y otras zonas externas del ámbito auditivo o motor es también sustancialmente mayor en el caso de los músicos. En definitiva, el estudio ha demostrado que un entrenamiento musical extendido en el tiempo permite ampliar la capacidad del sistema que archiva e interrelaciona nuestro conjunto de experiencias y recuerdos y, en definitiva, nos sitúa en mejor posición para tomar decisiones futuras basadas en ese pasado personal.
Alzheimer y música
La Red por Defecto, la que organiza y relaciona nuestros recuerdos y experiencias, se sitúa en la parte trasera del cerebro y actúa de atrás hacia delante. Es precisamente el núcleo de esta red la que, según explicaba hace algún tiempo Marcus Raichle a Eduardo Punset, “es en realidad la diana del Alzheimer”. El Alzheimer entra en el cerebro humano por esta red por defecto, deshabilitando este sistema encargado de almacenar con el mejor orden posible nuestro pasado. Su efecto inmediato es, según algunos estudios, una menor conectividad cuando el individuo está en reposo y una desactivación menor cuando la persona comienza una tarea. Ahora se conoce que el recuerdo musical o la musicoterapia es una práctica interesante para enfermos de Alzheimer. Queda, quizá, por analizar si el entrenamiento musical prolongado –el saber tocar un instrumento, por ejemplo, y practicar con asiduidad– tiene algún papel en evitar, retrasar o frenar el Alzheimer.
Lo que su gusto musical dice de usted
La psicología experimental concluye que basta saber el ‘estilo de pensamiento’ de alguien para adivinar qué canciones le emocionan
¿Hay algo más personal que tus gustos musicales? Esas canciones que te llegan al alma o te ponen a cien, que alcanzan el centro geométrico de tu emoción y alteran sin intermediarios tu estado de ánimo, ¿no son el producto más destilado de tu elección consciente? Bien, pues, en una palabra, no. Los psicólogos experimentales de Cambridge han demostrado que los gustos musicales de la gente son harto predecibles. Basta conocer el estilo de pensamiento de una persona —si tiende a empatizar o a sistematizar— para adivinar qué música le gusta. Y los pormenores son muy interesantes, sigue leyendo.
La cuestión no es si a uno le gusta el jazz o el tango, la clásica o el calipso, el rock o el pop. Esas son unas cuestiones no solo vastas, sino también bastas: la clase de pregunta cuya respuesta no sirve para nada. La cuestión es mucho más sutil e interesante: si dentro del jazz lo que te gusta es Billie Holyday o es John Coltrane; si como oyente clásico prefieres a Mozart o a Bartok; si al escuchar pop te ponen los Beatles o los Stones, y qué canciones de los Beatles o los Stones. El diablo mora en los detalles. Siempre lo hace.
Los llamados empatizadores son más de Mozart y los sistematizadores se quedan con Bartok
David Greenberg y sus colegas de la Universidad de Cambridge muestran empíricamente en PLoS ONE que la música que le gusta a una persona se puede deducir fácilmente de su estilo de pensamiento, un parámetro psicológico que divide a los humanos en dos grandes categorías: los empatizadores, que basan su comportamiento en evaluar y responder a las emociones de los demás (y, por tanto, son más de Mozart); y los sistematizadores, que se dedican más bien a descubrir las pautas y regularidades que esconde el mundo (y se quedan con Bartok). Esta teoría se debe al psicólogo de Cambridge Simon Baron-Cohen, que firma el trabajo como segundo autor.
Un número creciente de investigaciones psicológicas y sociológicas utilizan como materia prima las redes sociales, y la de Greenberg y sus colegas es la última de ellas. Han reclutado a 4.000 participantes mediante la aplicación myPersonality de Facebook, que pide a los voluntarios someterse a una serie de cuestionarios psicológicos. Unos meses después, los científicos piden a esos mismos voluntarios escuchar 50 piezas musicales y ponerles nota. Las piezas pertenecen a 26 géneros y subgéneros musicales, para asegurar que el género da igual, y que son las preferencias dentro de cada género las que cuentan.
Los resultados son estadísticamente nítidos: los empatizadores prefieren el rythm & blues, el rock suave —nadie ha compuesto baladas más sentidas que las fieras del heavy—, la canción melódica y los cantautores. Los sistematizadores prefieren darle al rock duro, el punk, el jazz de vanguardia y otras construcciones melódicas complejas y sofisticadas, la clase de música que nunca se oye en un ascensor. Seguro que el lector ya sabe en cuál de los dos grupos se sitúa.
El cerebro y primer autor del trabajo, David Greenberg, no solo es un doctorando en psicología, sino también un saxo tenor de jazz formado en Nueva York. “Sería posible”, dice a EL PAÍS, “mirar a los likes de Facebook de una persona, o a sus listas de reproducción en iTunes, y predecir su estilo cognitivo, o estilo de pensamiento”. No cabe la menor duda de que esto interesará a los empresarios del sector. Que, por cierto, obtendrán esa información gratis de Greenberg y PLoS, mientras que ellos no sueltan ni media.
Los empatizadores prefieren el rock suave y los cantautores. Los sistematizadores le dan al rock duro y al punk
Uno de los parámetros que utilizan los científicos de Cambridge es la “profundidad cerebral” de una canción. ¿Qué es eso? “Se basa en la complejidad estructural que suele escucharse en los géneros de vanguardia”, responde el psicólogo y jazzman. “La estructura armónica de Giant Steps [la cima del periodo hard bop de John Coltrane] cumple sin duda esas características. Pero la música de Coltrane es tan interesante porque no solo tiene todo ese nivel de profundidad cerebral, sino también una gran profundidad emocional”.
El psicólogo Greenberg jamás habría concebido este experimento de no ser por el músico Greenberg. “Mientras estudiaba jazz en Nueva York, me di cuenta de que algunos de mis profesores enseñaban con un enfoque empatizador, y otros con una estrategia más sistematizadora. Eso me dio la pista de que los estilos cognitivos podrían explicar las diferencias individuales en que la gente interactúa con la música”.
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