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De momento, en ratones: Demuestran que se puede revertir la pérdida de memoria

Demuestran que se puede revertir la pérdida de memoria

Investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (Estados Unidos) han demostrado en ratones que pueden revertir la pérdida de la memoria al interferir en la enzima, llamada HDAC2, responsable de desactivar los genes relacionados con la memoria. Durante varios años, científicos y compañías farmacéuticas han estado tratando de desarrollar fármacos que bloqueen esta enzima, pero la mayoría también bloquean a otros miembros de la familia HDAC, lo que puede llevar a efectos …

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Francisco Mojica recibe el galardón de Medicina más prestigioso de EEUU

El investigador de la Universidad de Alicante ha sido premiado por la creación de un notable sistema de edición de genes

El investigador español y profesor de la Universidad de Alicante (UA) Francisco Mojica ha sido galardonado con el Premio Albany, considerado el más prestigioso de los Estados Unidos en el ámbito de la Medicina.

Según ha informado la UA en un comunicado, Mojica ha sido uno de los cinco seleccionados para recibir el Albany Medical Center Prize in Medicine and Biomedical Research for 2017, el más prestigioso de Estados Unidos y uno de los más importantes del mundo, en Medicina e investigaciones biomédicas.

Los cinco investigadores (Mojica, Emmanuelle Charpentier, Jennifer Doudna, Luciano Marraffini y Feng Zhang) han jugado un papel destacado «en la creación de un notable sistema de edición de genes que ha sido llamado el ‘descubrimiento del siglo'», según las mismas fuentes.

El premio reconoce las importantes contribuciones que han llevado a cabo los cinco premiados en el desarrollo de CRISPR-Cas9, una tecnología de ingeniería genética que aprovecha un proceso natural del sistema inmune bacteriano.

La tecnología ha revolucionado la investigación biomédica y ha proporcionado nuevas esperanzas para el tratamiento de enfermedades, principalmente las que tienen un componente genético.

El premio se entregará en próximo 27 de septiembre en una ceremonia que tendrá lugar en Albany, Nueva York.

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El único animal que realiza la fotosíntesis

Un estudio de la Universidad del Sur de Florida y en la Universidad de Maryland, College Park (EE.UU.) ha descubierto cómo es posible que una babosa de mar verde brillante pueda vivir como una planta, alimentándose únicamente de luz solar. El trabajo ha sido publicado en la revista The Biological Bulletin.

 

La babosa en cuestión es Elysia clorótica, tiene un aspecto que se asemeja al de la hoja de una verdura, mide apenas seis centímetros y su hábitat natural son las costas desde Nueva Escocia hasta el sur de florida. Se alimenta de un alga llamada Vaucheria litorea de la que la babosa ha decidido “tomar prestados” sus cloroplastos para llevar a cabo la fotosíntesis.

 

Para llegar a esta certidumbre, los investigadores descubrieron que la babosa había aprendido a digerir el alga sin dañar los indispensables cloroplastos (integrándolos en sus células digestivas), que transforman la luz del sol en comida, ya que cuenta con genes del alga indispensables para mantener en buen estado los cloroplastos de esta. Se trata del primer caso de transferencia genética funcional de una especie multicelular a otra (lo que se conoce como transferencia horizontal de genes), convirtiendo a esta pequeña babosa en el primer y único animal capaz de realizar el proceso de fotosíntesis.

 

“Este trabajo confirma que uno de los genes del alga necesarios para reparar los daños en los cloroplastos y mantenerlos en funcionamiento, está presente en el cromosoma de la babosa. El gen se incorpora en el cromosoma de la babosa y se transmite a la siguiente generación”. La descendencia sólo tiene que ‘robar’ los cloroplastos de las algas, ya que los genes para mantener los cloroplastos ya están presentes en el genoma babosa. Es imposible que los genes de un alga puedan trabajar dentro de una célula animal.Y sin embargo, aquí lo hacen, aclara Sidney K. Pierce, coautor del estudio.

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Por qué las mentes más brillantes necesitan soledad

Conectar con uno mismo es fuente de beneficios. Darwin rechazaba todas las invitaciones a fiestas. Y del aislamiento nació el primer ordenador Apple

El sociólogo Eric Klinenberg, de la Universidad de Nueva York, autor del estudio GOING SOLO: The Extraordinary Rise and Surprising Appeal of Living Alone, está convencido de que vivir solo significa, además, disfrutar de relaciones de más calidad, ya que la mayoría de singles tiene claro que la soledad es mucho mejor que el hecho de sentirse mal acompañado. Incluso hay estudios que aseguran que la soledad facilita el desarrollo de la empatía. Otra socióloga, Erin Cornwell, de la Universidad Cornell en Ithaca (Nueva York), ha determinado tras distintos análisis que es más probable que la gente mayor de 35 años que vive sola pase una velada entre amigos que no aquellos que viven en pareja. Esto también ocurre con las personas mayores que, aun viviendo solas, poseen una red social de amistades tan amplia o más que las personas de su misma edad que viven acompañadas. Es la conclusión a la que llegó el estudio llevado a cabo por el sociólogo Benjamin Cornwell y que publicó en American Sociological Review.

La base de la creatividad y de la innovación

Las personas somos seres sociales, pero tras pasarnos el día rodeados de gente, de reunión en reunión, atentos a las redes sociales y al móvil, hiperactivos e hiperconectados, la soledad ofrece un espacio de reposo sanador. Una de las conclusiones más sorprendentes es que la soledad resulta básica para la creatividad, la innovación y el buen liderazgo. Un estudio realizado en 1994 por Mihaly Csikszentmihalyi (el gran psicólogo de la felicidad) comprobó que los adolescentes que no soportan la soledad son incapaces de desarrollar el talento creativo.

Susan Cain, autora del libro Quiet: The Power of Introverts in a World That Can’t Stop Talking, cuya conferencia en Ted Talks es una de las favoritas de Bill Gates, defiende a ultranza la riqueza creativa que surge de la soledad y reivindica, por el bien de todos, la práctica de la introversión. “Siempre me habían dicho que debía mostrarme más abierta, aunque yo sentía que ser introvertida no era algo malo. Así que durante años fui a bares abarrotados, muchos introvertidos lo hacen, lo que representa una pérdida de creatividad y de liderazgo que nuestra sociedad no se puede permitir. Tenemos la creencia de que toda creatividad y productividad proviene de un lugar extrañamente sociable. Sin embargo, la soledad es el ingrediente crucial de la creatividad. Darwin daba largas caminatas por el bosque y rechazaba enfáticamente invitaciones a fiestas. Steve Wozniak inventó la primera computadora Apple encerrado en su cubículo de Hewlett Packard, donde trabajaba entonces. La soledad importa. Para algunas personas, incluso, es el aire que respiran”.

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No es pereza, es que soy más inteligente que la media

Si da este perfil, es la clase de persona que Bill Gates querría contratar

No es pereza, es que soy más inteligente que la media

Las mentes pensantes no necesitan hacer tanta actividad física, por ello pasan más tiempo remoloneando que la media de las personas. Dicho de otro modo: puede que sea usted perezoso porque es más inteligente que el común de los mortales. Compra la idea, ¿no? Pues ojo porque eso es lo que sugiere una investigación realizada por psicólogos estadounidenses de la Universidad Estatal Apalaches, en Carolina del Norte, y de la Universidad de la Costa del Golfo de Florida, en Fort Myers.

El estudio parte del supuesto de que las personas con un alto coeficiente intelectual se aburren menos porque tienen más en que pensar y, por tanto, pasan largos ratos ensimismados, carburando y gozando de su vida interior, lo que redunda en una menor actividad física.

A esa conclusión llegaron los investigadores tras analizar a dos grupos de estudiantes, de 30 personas cada uno. Mientras uno mostraba una alta Necesidad De Cognición (NFC por sus siglas en inglés), un término que en psicología define a la gente que disfruta realizando esfuerzos cognitivos, en el otro esa necesidad no sobrepasaba los niveles medios. Tras hacerles una serie de preguntas, tipo «¿te gusta enfrentarte a situaciones que te hagan reflexionar?», o «¿te divierte pensar?», o «¿te gustan las tareas que, una vez aprendidas, no necesitan que pienses demasiado?», los estudiantes fueron monitorizados mediante un dispositivo colocado en la muñeca que calibró el esfuerzo físico realizado durante el tiempo del estudio.

Los resultados evidenciaron que estos hicieron mucho más ejercicio entre lunes y viernes, aunque no a lo largo del fin de semana. Para Ares Anfruns, psicoterapeuta y coach del Institut Gomà de Barcelona, «las personas con altas capacidades intelectuales se caracterizan, entre otras cosas, por comprender ideas complejas y abstractas y por poseer un comportamiento creativo a la hora de encontrar soluciones. Su gran habilidad es su mente pensante y es ahí donde pasan muchas más horas que otras personas elaborando ideas, creando diferentes escenarios de una misma situación, asociando distintos contextos y buscando resultados diferentes. Debido a esta condición su ritmo para pasar a la acción y ‘ponerse en marcha’ es diferente al de otros; no es que no lo hagan sino que lo retardan. En mi opinión, no es la pereza lo que les define sino un ritmo diferente».

Queda claro que la cuestión no es simple, y que no se puede resumir afirmando tan solo que un alto coeficiente intelectual condiciona a las personas a ser más sedentarias. Y tampoco que, por el contrario, las personas con un coeficiente intelectual más bien bajo no disfruten de la vida contemplativa y de los desafíos cognitivos, según contaron los autores del estudio al Washington Post.

La cosa es más sutil. También se observan diferencias entre personas igual de capacitadas y que, por ejemplo, desarrollan el mismo trabajo de ingeniería en la misma empresa. A priori parecería que el nivel de actividad física que demanda su actividad debería ser similar para ambos. Pero si una tiene la NFC más alta, se estimula cuando ante el ordenador debe afrontar problemas complejos, lo que le lleva a pasar largos ratos pensando frente a la pantalla. La otra, no tan necesitada de retos intelectuales, más bien se agobia y procede a invertir más tiempo en ausentarse de su mesa, ya sea yendo al baño más veces o aprovechando la pausa de mediodía para ir a hacer algo de deporte: se mueve más.

Estudios anteriores que contamos en BuenaVida, apuntaban que las mentes brillantes necesitan más tiempo en soledad, lo que les reporta más tiempo para pensar.

Estos investigadores no son los únicos que apuntan en esa dirección. Otro que tenía claro que un punto de pereza puede denotar aptitudes intelectuales fue Kurt von Hammerstein-Equord, un general alemán y férreo opositor al régimen nazi que hizo una singular clasificación de sus oficiales, que contó de la siguiente manera:

«Distingo cuatro clases: los inteligentes, los trabajadores, los tontos y los vagos. En la mayoría de los casos concurren dos cualidades. Los inteligentes y trabajadores son para el Estado Mayor; los otros, los tontos y vagos, forman el 90% de todos los ejércitos y son muy aptos para las tareas de rutina. El que es inteligente y, a la vez, vago, se califica para las más altas tareas de mando, pues aporta la claridad mental y el aplomo necesarios para tomar decisiones de peso. Del que es tonto y trabajador hay que protegerse; en ese no se puede delegar ninguna responsabilidad, pues siempre causará alguna desgracia».

Ya ve, ese toque de vagancia que le achacan sus amigos puede que tenga su punto. Si le pinchan al respecto, siempre puede ofrecerles tan interesante argumento o, también, endiñarles un par de frases célebres al respecto. La de Bill Gates le va como anillo al dedo: «Siempre voy a elegir a una persona perezosa para hacer un trabajo difícil porque él encontrará una manera fácil de hacerlo». Y con la de Oscar Wilde rematará la faena: «No hacer nada es lo más difícil en el mundo, lo más difícil y lo más intelectual».

Pero no se pase. Porque aunque tenga usted una NDC de un par de vagones de tren y una inteligencia como la de Einstein, eso no quita que, si no se mueve nada, vaya a acabar siendo un cerebrito sedentario con un montón de problemas de salud debido a su inmovilismo. Siga pillando la idea si ve que le encaja, pero no se olvide de su masa muscular. Más que nada porque eso no sería, en absoluto, digno de su brillante inteligencia.

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Cuarenta horas inéditas del mejor documental de naturaleza de la historia

La BBC publica filmación extra de Planet Eart II mientras un estudio apunta que ver imágenes de este tipo reduce “la agresividad, la ira y el estrés”

Ese es el regalo veraniego de la BBC, que ha decidido colgar en YouTube horas y horas de filmación inédita que no pudo utilizar para su famoso documental Planet Earth II. “Como parte del Proyecto Felicidad Real, queremos llevarles a un viaje a través de algunos de los paisajes más impresionantes de la tierra”, explican los responsables de la cadena de televisión británica.

Volar por encima de los picos hasta casi besar el cielo, sumergirse en un mundo de valles y montañas, viajar a través de algunos de los desiertos más impresionantes del planeta, planear con las águilas, deslizarse hasta donde la tierra se encuentra con el océano y sumergirse bajo el agua o pasar por encima de los árboles hasta sumergirse en este exuberante y húmedo hábitat. Y todo eso sin salir de casa.Las grabaciones se han repartidos en cuatro vídeos de 10 horas cada uno que tratan cuatro grandes temas: montañas, desiertos, islas y selvas. La BBC y la Universidad de Berkeley (California) ha revelado que ver documentales sobre naturaleza puede mejorar la felicidad de los espectadores. “Por eso tenemos la misión de llevar la felicidad a tantas personas como sea posible mediante la mejora de su conexión con el mundo natural”, apuntan.


El estudio online se ha realizado en varios países para analizar el impacto de las imágenes sobre las emociones humanas. Los participantes vieron un vídeo corto entre cinco posibilidades: dos partes de Planet Earth II, una serie dramática, un montaje de noticias y un vídeo de control.

Los resultados obtenidos permitieron a los investigadores determinar que los documentales de naturaleza “inspiraron aumentos significativos en sentimientos como asombro, satisfacción, alegría, diversión y curiosidad. Además, también actuaron para reducir el cansancio, la ira y el estrés”.


“Ver y estar en la naturaleza es bueno para la mente y el cuerpo”, apuntan los científicos encargados del informe. Pueblos indígenas de diferentes continentes, apuntan, rutinariamente guían a sus adolescentes en viajes iniciáticos como ritos de paso a la edad adulta. “Los paseos por los ’bosques de curación’ son una práctica habitual en culturas de Asia Oriental como Japón y Corea del Sur”, añaden.

La conclusión a la que llegan los investigadores es que no solo conlleva beneficios el vínculo con el entorno. “La ’naturaleza virtual’ también puede generar efectos positivos”, afirman.

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10 cosas que cambian tu cerebro

Usando las más avanzadas técnicas de neuroimagen, la ciencia ha identificado algunas actividades que modifican nuestro cerebro para siempre, ya sea cambiando su estructura, aumentando y reduciendo su tamaño, o alterando su bioquímica. Seleccionamos una decena de ellas.

Dormir mal

Si duermes poco o mal tu cerebro encoge. Así de drástica es la conclusión a la que llegaron el año pasado Charles E. Sexton y sus colegas de la Universidad de Oxford (Reino Unido) tras estudiar con resonancia magnética la relación entre la mala calidad del sueño y el volumen del seso. Los resultados, publicados en Neurology, mostraron que tener dificultades para dormir está ligado a una reducción veloz del volumen cerebral al envejecer. Y que esa merma afecta a áreas tan importantes como los lóbulos temporales, parietales y frontal, donde entre otras cosas residen el lenguaje, el tacto, el equilibrio, la capacidad de cálculo matemático o la toma de decisiones.

Leer novelas

“Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”, sentenciaba Jorge Luis Borges. Y la neurociencia ha demostrado que, al menos a nivel cerebral, el escritor argentino estaba en lo cierto. Ciertas estructuras cerebrales se transforman cuando leemos. Las conexiones de las neuronas del lóbulo temporal izquierdo, vinculado al lenguaje, y las del surco central del cerebro, relacionado con las sensaciones físicas motoras, aumentan tras la lectura de una novela de ficción como “Pompeya”, de Robert Harris, según un estudio del que se hacía eco la revista especializada Brain Connectivity. Y otro trabajo dado a conocer en Psychological Science sugería que devorar las obras de Frank Kafka y de otros autores surrealistas crea nuevos patrones cerebrales que nos hacen más inteligentes.

Los videojuegos de acción

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Crédito: Christine Daniloff/MIT

Quienes buscaban una excusa para dedicar unos minutos de ocio a su videojuego de acción favorito, ahora la tienen: se ha demostrado que beneficia al cerebro. Según se desprende de un experimento llevado a cabo por Ian Spence y sus colegas de la Universidad de Toronto (Canadá), bastan diez horas enfrentándose a los desafíos de “Call of Duty” o “Medal of Honor” para que la actividad eléctrica del cerebro se modifique.  Los cambios implican aumento tanto de la atención visual como de la capacidad de ignorar información irrelevante que nos distrae. Dicho de otro modo, los videojuegos de acción desarrollan la atención selectiva espacial, una capacidad que puede resultar positiva en muchas actividades cotidianas.

Meditar

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Crédito: University of Alabama at Birmingham

Después de meditar, tu cerebro no es el mismo. La demostración más poderosa de que es así la presentó en 2011 Sara Lazar, investigadora del Hospital General de Massachusetts (EE UU). Usando resonancia magnética para escanear la cabeza de 16 pacientes, Lazar demostró que bastaban ocho semanas practicando media hora de meditación mindfulness al día para aumentar la densidad de la materia gris en el hipocampo, un área con forma de caballito de mar asociada al aprendizaje y al estrés. La materia gris también crecía en áreas cerebrales asociadas a la autoconciencia, la compasión y la introspección, a la vez que disminuía en la amígdala, una estructura con forma de almendra con un papel clave en la ansiedad y el estrés. Estos cambios cerebrales explicarían por qué la meditación con atención plena, actualmente tan en boga, es sumamente eficaz para combatir el estrés.

Practicar deporte

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Crédito: Norwegian University of Science and Technology

Que el deporte pone tus músculos en forma salta a la vista. Menos conocido es su interesante efecto sobre el cerebro. Basta con subirse a una bicicleta estática y pedalear durante 30 minutos tres veces por semana, a lo largo de tres meses consecutivos, para que el volumen del hipocampo aumente entre un 12 y un 16%, mejorando la memoria, tal y como se podía leer en un estudio en Archives of General Psychiatry. Otro experimento reciente revelaba que si nos someten a una prueba de vocabulario tras 3 minutos de esprint aprendemos palabras un 20% más rápido que si dedicamos ese tiempo a descansar o a realizar una larga prueba aeróbica de baja intensidad. Entre otras cosas se debe a que tras ejercitarnos aumentan los niveles de Factor Neurotrófico Derivado del Cerebro (BDNF), una molécula esencial para la supervivencia de las neuronas y para el aprendizaje.

El dolor crónico

Por muy bien que afronte un enfermo con dolor crónico el sufrimiento físico permanente, a la larga su cerebro se resiente. Las alteraciones más importantes se producen en las conexiones neuronales de una zona de la corteza frontal vinculada a la gestión de las emociones. «Si sientes dolor veinticuatro horas al día, siete días a la semana, hay áreas de tu cerebro que se mantienen constantemente activas», explica Dante Chialvo, fisiólogo de la Universidad Northwestern (EE UU) coautor de una investigación que publicaba The Journal of Neuroscience. Y cuando las neuronas están a tiempo completo en ‘modo on’ se trastornan o incluso mueren porque no pueden resistir la falta descanso. El resultado es que el cerebro cambia y se daña para siempre, y aparecen trastornos del sueño y dificultades serias a la hora de tomar decisiones

Aprender cosas nuevas

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Crédito: Christine Daniloff/MIT

Si aplicásemos a rajatabla el refrán español “Nunca te acostarás sin saber una cosa más”, nuestro cerebro lo notaría. A nivel bioquímico la consecuencia más inmediata es que, en las uniones entre las neuronas, una proteína del cerebro llamada la delta-catenina se une a un ácido graso para permitir que almacenemos nuevos datos en la memoria. Pero, además, la estructura cerebral se reconfigura. Sin ir más lejos, aprender un nuevo idioma hace que el cerebro crezca a costa del aumento de la materia gris en zonas relacionadas con el uso del lenguaje. Y un estudio neurocientífico basado en los taxistas de Londres ha desvelado que aprenderse las rutas de esta urbe británica hace que su hipocampo, donde se almacena la representación espacial del mundo que nos rodea, sea mucho más grande que el del común de los mortales.

Los cigarrillos

A la hora de valorar los efectos del tabaco sobre la salud no solo habría que tener en cuenta qué implica para los pulmones. La dependencia de la nicotina también trastoca la química cerebral. Es la conclusión a la que llegaron científicos alemanes de la Universidad de Bonn tras estudiar los cerebros de 43 fumadores con espectroscopia resonancia magnética de protones, una técnica permite analizar los metabolitos cerebrales. Los enganchados a la nicotina tenían menos cantidad de aminoácido N-acetilaspartato (NAA) en la corteza cingulada anterior, la parte del cerebro que procesa el placer y el dolor.

Lo preocupante es que bajos niveles de NAA se han vinculado con trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia o la demencia, así como con una tendencia al abuso de drogas. La colina, una molécula esencial para el funcionamiento del corazón y del cerebro, también está reducida en los fumadores. La buena noticia es que estos cambios químicos se revierten varios meses después de dejar de fumar.

Hacer malabarismos

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Crédito: Caltech

Adquirir la habilidad de mantener tres pelotas dando vueltas en el aire no solo es sumamente divertido. De acuerdo con una investigación de la Universidad de Oxford (Reino Unido), produce cambios en la materia blanca del cerebro a cualquier edad. La materia blanca es la maraña de fibras nerviosas que conducen señales eléctricas entre neuronas y conectan unas células nerviosas con otros, mientras en la materia gris se procesa la información. Trabajando con 24 voluntarios Heidi Johansens-Berg y sus colegas comprobaron que, después de seis semanas practicando con las bolas de malabares durante 30 minutos diarios, había cambios visibles en su cableado cerebral en zonas relacionadas, sobre todo, con la visón periférica, una capacidad que resulta muy útil en la vida cotidiana.

Acumular muchas grasas

Acumular más grasa de lo que resulta saludable no solo pone en jaque al metabolismo, aumentando el riesgo de problemas cardíacos, hipertensión y diabetes. Demasiados michelines también pueden ser perjudiciales para la salud cerebral. Un estudio del que se hacía eco la revista Annals of Neurology indicó que cuanto mayor es el Índice de Masa Corporal (IMC), una medida que asocia la altura y el peso, mayor es el riesgo de que el cerebro encoja al envejecer y de que seamos víctimas de la demencia o la enfermedad de Alzheimer.

Por Elena Sanz para Ventana al Conocimiento
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Francis Crick, el detective de la vida

¿Qué tienen en común Francis Crick, codescubridor de la estructura del ADN y premio Nobel en 1962, y el antiguo cantante y periodista Rael, líder de una secta ufológica que defiende el amor libre entre sus miembros? El vínculo parece improbable, pero existe, y se llama panspermia dirigida: la hipótesis según la cual la vida en la Tierra es producto de los designios de una avanzada civilización alienígena.

Claro que ahí acaban los parecidos. El líder de los raelianos se basa en su presunto encuentro personal con seres de otro mundo. Crick, por su parte, se preguntaba cómo era posible que la naturaleza hubiera inventado al mismo tiempo dos elementos mutuamente interdependientes para la vida: el material genético –ácidos nucleicos, como ADN o ARN– y el mecanismo necesario para perpetuarlo –las proteínas llamadas enzimas–. La síntesis de ácidos nucleicos depende de las proteínas, pero la síntesis de proteínas depende de los ácidos nucleicos. Con este problema del huevo y la gallina, Crick y su colaborador Leslie Orgel razonaban que la vida debería haber surgido en un lugar donde existiera un “mineral o compuesto” capaz de reemplazar la función de las enzimas, y que desde allí habría sido diseminada a otros planetas como la Tierra por “la actividad deliberada de una sociedad extraterrestre”.

Lo cierto es que la panspermia dirigida no desmerece en absoluto el pensamiento de Crick. Más bien al contrario, revela con qué potencia funcionaban los engranajes de una mente teórica, incisiva e inquieta, ávida de respuestas racionales, aunque no fueran convencionales. Para comprender cómo llegó Crick a la panspermia debemos remontarnos unos años atrás. Hijo de un fabricante de zapatos de Weston Favell (Northampton, Reino Unido), Francis Harry Compton Crick (8 de junio de 1916 – 28 de julio de 2004) llegó al final de su infancia con sus principales señas de identidad ya definidas: su inclinación por la ciencia y su convencido ateísmo. En cuanto a la primera, escogió la física.

Curiosamente, la biología molecular habría perdido uno de sus padres fundadores de no haber sido por la guerra. Crick comenzó su investigación en el University College de Londres trabajando en lo que él mismo describió como  “el problema más aburrido imaginable”: medir la viscosidad del agua a alta presión y temperatura. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial fue reclutado por el ejército para el diseño de minas. Tras el fin del conflicto, descubrió que su aparato había sido destruido por una bomba (en su autobiografía él hablaba de una “mina de tierra”), lo que le permitió abandonar aquella tediosa investigación.

Crick debía entonces elegir un nuevo campo de investigación, y fue entonces cuando descubrió lo que llamó el test del chismorreo: “lo que realmente te interesa es aquello sobre lo que chismorreas”. En su caso, “la frontera entre lo vivo y lo no vivo, y el funcionamiento del cerebro”. En resumen, la biología. O como físico, la biofísica. Comenzó a trabajar en la estructura de las proteínas en el Laboratorio Cavendish de Cambridge, hasta que conoció a un estadounidense llamado James Watson, 12 años más joven que él pero ya con un doctorado que él aún no había conseguido.

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Watson y Crick, y su modelo de ADN en el Laboratorio Cavendish (1953)/ Autor: Antony Barrington de Brown

Los dos investigadores descubrieron que ambos compartían una hipótesis. Por entonces se creía que la sede de la herencia eran las proteínas. Crick y Watson pensaban que los genes residían en aquella sustancia ignota de los cromosomas, el ácido desoxirribonucleico (ADN). Y aquel convencimiento, con la participación de Maurice Wilkins y Rosalind Franklin, alumbraría el 28 de febrero de 1953 uno de los mayores hallazgos de la ciencia del siglo XX, la doble hélice del ADN. El trabajo se publicó en Nature el 25 de abril de aquel año. Crick no obtendría su título de doctor hasta el año siguiente.

Pero aunque a Crick se le conoce fundamentalmente por este hito fundador de la biología molecular, lo cierto es que él mismo se ocupó de colocar los primeros raíles de esta nueva ciencia. Fue él quien propuso que el ADN se transcribía a ARN y que éste se traducía por medio de unas moléculas adaptadoras encargadas de convertir el código genético a proteínas, los ladrillos de la vida. Y fue este “dogma central” de la biología, como él mismo lo bautizó, el que le llevaría a publicar en 1973 su hipótesis de la panspermia, por entonces una idea tan cabal que incluso tuvo en el astrofísico Carl Sagan a otro de sus proponentes.

Sólo años después se descubriría que el ARN puede actuar por sí mismo como enzima sin la intervención de proteínas, solucionando así el problema que inspiró la panspermia. En 1993 Crick y Orgel publicaban un artículo que ya no mencionaba ninguna “sociedad extraterrestre”. El problema del huevo y la gallina “pudo resolverse si, temprano en la evolución de la vida, los ácidos nucleicos actuaron como catalizadores”, escribían.

Por entonces Crick había cambiado de continente y de campo de estudio: en 1976 se trasladó al Instituto Salk en La Jolla (California, EEUU), para un año sabático que duraría casi tres decenios. Allí saldó su cuenta pendiente con el segundo de sus “chismorreos”: el cerebro. Durante el resto de su carrera, y en colaboración con el neurocientífico del Instituto Tecnológico de California (Caltech) Christof Koch, se dedicó a tratar de localizar la conciencia en la materia cerebral: “tú, tus alegrías y tus penas, tus recuerdos y tus ambiciones, tu sentido de identidad personal y de libre albedrío, de hecho no son más que el comportamiento de un vasto ensamblaje de células nerviosas y sus moléculas asociadas”, escribió en 1994.

Nunca logró desentrañar el problema de la conciencia, aunque aportó notables avances en el conocimiento de la percepción visual. En 2004 perdió su batalla contra el cáncer de colon, pero nunca perdió el ánimo ni la pasión por el estudio de la vida. Según escribiría Christof Koch, “estaba corrigiendo un manuscrito en su lecho de muerte, científico hasta el amargo fin”.

Javier Yanes para Ventana al Conocimiento

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Los océanos se asfixian

Los mares lanzan señales de alerta cada vez más inquietantes sobre el impacto humano. Está en riesgo el equilibro del planeta y la vida tal y como la conocemos

uede que a un urbanita europeo medio —que no bucee— le resulte muy ajeno el problema de la desaparición y el deterioro de los arrecifes de coral en lugares como Maldivas. O le digan poco las noticias sobre la subida del nivel del mar que se traga literalmente países insulares como Kiribati, en el Pacífico. Pero la situación es preocupante: en los océanos, por ejemplo proliferan inmensas zonas muertas en las que la falta de oxígeno no permite la vida. El año pasado, un estudio señalaba que un tercio del pescado capturado en Reino Unido contenía plástico. Y muchas de las piezas de sushi favoritas de ese ciudadano ordinario están en peligro de desaparecer de los mostradores.

“El océano nos está hablando. Antes no lo sabíamos, pero ahora vemos las señales”, señalaba con gravedad la veterana oceanógrafa Sylvia Earle el mes pasado en Nueva York, donde asistió a la primera Conferencia de los Océanos organizada por Naciones Unidas. “Ya era hora de tener una reunión sobre el estado de la mayor parte del mundo”, añadía. Los mares, los océanos, o el Océano con mayúsculas, representan alrededor del 71% de la superficie del planeta, pero son el 99% de la biosfera, es decir, del espacio donde se desarrollan los seres vivos. “Hasta ahora hemos recurrido a ellos como un cubo de la basura ilimitado o una fuente inagotable de recursos”, denunciaba Earle ante miles de diplomáticos y expertos.

“Hace siglos que las sociedades desarrolladas no van por sus territorios tomando y cazando todo lo que encuentran. Cultivan, pastorean, producen… Sin embargo, en el mar lo seguimos haciendo: nos apropiamos de los recursos sin preocuparnos de las consecuencias, o pescamos animales a veces hasta extinguirlos”, coincide Murray Roberts, catedrático de Biología Marina Aplicada de la Universidad de Edimburgo. Más del 31% de los recursos pesqueros se sobreexplotan a niveles que no permiten su recuperación, según los últimos datos de la FAO, la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura. “La población mundial se ha triplicado en los últimos 40 años” y, con ella, la demanda de pescado y las presiones sobre los bancos de peces, explica Pedro Barros, experto de la agencia internacional. Y prácticas como la pesca ilegal o no registrada — que pueden suponer hasta 26 millones de toneladas anuales— o la de arrastre empeoran la situación.

Como en el caso del amante del sushi, que ve cómo sus platos favoritos se desvanecen de las cartas, la reducción de la cantidad y la variedad de la pesca es una de las señales de alerta de los mares que más llegan a los ciudadanos y, a través de ellos, a los políticos. Pero la sobreexplotación no es lo único que pone en peligro el futuro del océano como fuente de alimento. Vertidos de todo tipo y la contaminación —algunas estimaciones prevén que en 2050 habrá más plástico que peces en el océano— generan una interminable lista de amenazas para los peces que comemos, y para los demás organismos que forman la cadena alimentaria.

Pasará una sola generación, según algunos expertos, antes de que la desaparición de ciertos pescados en los menús muestre la tragedia

Por ejemplo, el uso excesivo de fertilizantes y nutrientes, que llegan al mar con la escorrentía de las aguas, dispara el crecimiento de algas y plantas marinas. Esa proliferación acaba por matar a muchas de ellas, y el oxígeno de las aguas afectadas se agota. Este fenómeno, conocido como eutroficación, da lugar a zonas muertas (hay más de 400 en el mundo), como la del mar Báltico o la de 13.500 kilómetros cuadrados en el golfo de México, donde desemboca el río Misisipi cargado de fósforo y nitrógeno de las plantaciones del Medio Oeste estadounidense.

Y luego está la madre del cordero (o del atún) de la degradación mediambiental: el cambio climático. El aumento de las emisiones de CO2 eleva la temperatura del planeta, derrite glaciares y hace que el nivel del mar se eleve, amenazando la existencia misma de ciudades costeras como Shanghái (China), Bombay (India), Lagos (Nigeria), o de archipiélagos como el ya mencionado Kiribati, cuyo presidente prevé evacuaciones masivas para 2020. Pero el efecto de los gases sobre los mares es más directo. “No olvidemos que asumen el 90% del calentamiento generado por el ser humano, y absorben directamente el 25% del dióxido de carbono que emitimos”, apunta Roberts. Y aquí el océano, ese regulador de la temperatura y los ciclos climáticos que la Tierra trae incorporado, puede entrar en un círcu­lo vicioso.

La situación es preocupante. Proliferan en los océanos inmensas ‘zonas muertas’ en las que la falta de oxígeno no permite la vida

La cantidad de CO2 que el océano puede asumir depende de la temperatura de sus aguas. A más frío, más absorción, y viceversa. Por eso, y dado el aumento de las temperaturas —en los últimos 25 años los mares europeos se han calentado 10 veces más rápido que la media del siglo pasado—, la mayoría de expertos defienden que la capacidad marina de almacenamiento de dióxido de carbono se reducirá. Y si la atmósfera sufre ese menor esfuerzo de captura por parte del cuerpo oceánico, el ciclo del calentamiento global se verá exacerbado.

Por si fuera poco, el aumento del CO2 que se disuelve en las aguas da lugar a una serie de reacciones químicas conocidas como acidificación. “Estas tienen un efecto comprobado en los animales marinos con esqueleto calcáreo, como almejas, ostras, erizos, gambas… No les permite desarrollarlo y puede hacerlos desaparecer”, ilustra Yoshihisha Shirayama, experto de la Universidad de Kioto y de la Agencia Japonesa para la Ciencia Marina (Jamstec). También se han verificado impactos de la acidificación en especies comerciales, como el bacalao noruego. “Da lugar a una gran mortalidad entre los alevines, lo que hace que los bancos no se repueblen tan rápidamente, y eso podría obligar a reducir su pesca”, advierte Martina Stiasny, de la Universidad de Kiel (Alemania).

En la mayoría de los casos, la ciencia tras estos diagnósticos y predicciones es relativamente reciente y novedosa, circunstancia que los escépticos aprovechan para poner en duda los vaticinios pesimistas. “Lo que es un hecho es que estas cosas están pasando. De una u otra forma estamos alterando todo el ecosistema marino. La desa­parición del coral o de las esponjas sin duda tendrá efectos en las especies que las necesitan para vivir. Y la cadena se extiende hacia arriba”, dice Roberts. Las esponjas, por ejemplo, cumplen funciones de bombeo y procesamiento de nutrientes en las capas inferiores del océano. Así que su desaparición afectaría al sistema en conjunto. “Todo está profundamente interconectado”, zanja el experto escocés, que trabaja en Atlas, un proyecto de investigación de las profundidades del Atlántico Norte financiado conjuntamente por Estados Unidos, la UE y Canadá.

Porque aunque se estima que el 95% del volumen del océano continúa inexplorado, la tecnología avanza a pasos agigantados con la introducción de robots submarinos y un creciente interés humano y económico por lo abisal. “Sabemos más de lo que hemos sabido nunca”, se felicita Stiasny. “Conocemos lo que podemos hacer y hemos visto cosas que funcionan”, añade la experta. Todo ello pese a las dificultades que implica trabajar en zonas recién descubiertas, y la ausencia de datos anteriores que permitan hacer comparaciones. Pero su colega británico Roberts hace autocrítica y llama a “no seguir haciendo el mismo tipo de estudios todo el tiempo”.

En la conferencia de junio en Naciones Unidas se vio que por todas partes florecen centenares de iniciativas para, por ejemplo, reducir el uso del plástico y otros desperdicios arrojados a los mares —como las redes de pesca abandonadas que acaban con cientos de animales marinos—. También se atacan otros problemas, como la contaminación acústica, que perjudica a numerosas especies, o se pide regular cuidadosamente las perforaciones y la extracción de minerales en el lecho oceánico. Y se presentan pruebas de que una década de gestión cuidadosa de una especie muy pescada (de nuevo el bacalao, en este caso el del Ártico oriental) ha permitido que los bancos se recuperen, las capturas alcancen cifras récord y la industria local reviva sin riesgos de extinción, según destaca Barros, de la FAO.

Pero las medidas aisladas o localizadas, aunque sean más que bienvenidas como primeros pasos (hay quien defiende que gota a gota se hace el mar), se antojan insuficientes para la mayoría. Son necesarios cambios profundos y globales en los patrones de pesca, pero también, y principalmente, de consumo energético, de prácticas agrícolas e industriales, y de transporte.

Los oceános representan el 99% de la biosfera del planeta. Cubren aproximadamente el 71% de la superficie de la Tierra, pero suponen casi la totalidad del espacio en el que se desarrollan los seres vivos.

Por eso, la principal dificultad para acometer esas transformaciones, coinciden todos los consultados, reside en hacer visibles las amenazas más difusas para arrastrar la conciencia social y la voluntad política. “En la conferencia de Nueva York, por ejemplo, se habló mucho de acabar con los plásticos. Es algo que se ve, a nadie le gusta y no afecta a los derechos de pesca ni a grandes temas geopolíticos. Pero no podemos ignorar otras cuestiones más complicadas”, ruega Roberts. Hay que ir a por todas a la vez. “No podemos priorizar unas cosas sobre otras, porque están todas relacionadas. Atacar el cambio climático no puede ir antes que la sobrepesca. Debemos ir trabajando en todas ellas”, coincide Stiasny, la experta en acidificación.

Se estima que un 95% del volumen de mares y océanos permanece inexplorado. Pese a los avances tecnológicos, que han permitido llegar incluso a las profundidades de las Fosas de las Marianas, gran parte del cuerpo marino sigue siendo prácticamente desconocido.

El océano es de todos y de nadie. Y ese carácter condominial supone un escollo —otro más— a la hora de adoptar soluciones. El 67% de la superficie marina está fuera de la jurisdicción nacional, por lo que protegerla precisa recurrir a la exasperante maquinaria de las organizaciones y tratados internacionales. Conferencias como la de Nueva York pueden ayudar, y hay buenas noticias en la preparación de un tratado para proteger la biosfera compartida, pero el reloj apremia.

Hay más de 400 ‘zonas muertas’ en todo el mundo. El vertido de nutrientes procedentes de la agricultura y otras actividades industriales da lugar a zonas sin apenas oxígeno.

Alguien podría preguntarse por qué ahora. ¿Por qué de pronto los océanos se han convertido en una urgencia, como hace unas décadas comenzaron a serlo los bosques? Roberts opina que se debe a la coincidencia en el tiempo, por un lado, de una serie de eventos preocupantes, y, por otro, al aumento de la conciencia social sobre el medio que nos rodea.

Tres de cada 10 especies pescadas están sobreexplotadas. El 31% de los recursos pesqueros sufren una presión que no les permite repoblarse, según datos de la FAO.

En cuestiones planetarias o climáticas como la degradación oceánica o la acidificación, el tiempo escasea si se trata de evitar daños irreversibles. Pasará una sola generación humana, según Shirayama, antes de que el cambio forzoso de los menús de los puestos de sushi confirme la tragedia en los centros urbanos modernos. En otros lugares más recónditos ya hay pruebas de ello: la huella de la humanidad y su contaminación ha llegado incluso a las fosas de Las Marianas, el punto más profundo del océano. “Y el tiempo de recuperación de esas áreas hay que medirlo en siglos, cuando no en milenios”, indica Kristina M. Gjerde, asesora de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés).

“No podemos aspirar a que el océano vuelva a ser lo que era hace 100 años. Ni es realista, ni estoy segura de que sea lo que queremos”, señala Stiasny. “Pero sí necesitamos un océano sano que, además de conectar el mundo, sirva como fuente de alimento y medio de vida para millones de personas”. Los que más sufrirán las consecuencias, avanza Roberts, serán las poblaciones de países en desarrollo y de Estados insulares… Parece avecinarse una tormenta perfecta que la humanidad sigue alimentando, pero los estudiosos piden no ser excesivamente pesimistas. “El problema de centrarnos en el apocalipsis es que nos distraemos y no nos ocupamos de la acción”, argumenta Pedro Barros, el experto pesquero de la FAO.

Actuar es obligatorio. “Siempre decimos que queremos salvar el planeta, los bosques o los mares… Es ridículo. La pregunta es si los humanos podremos sobrevivir en el mundo que estamos modelando…”, insiste Stiasny. Un mundo del que alteramos por completo ese componente básico que es el océano: el que genera oxígeno, almacena carbono, define la química del planeta, regula la temperatura, dirige el clima y nos da de comer.

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VALENTÍN FUSTER | Director General del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares: “La genética es importante, pero si se cuidan los factores de riesgo cardiovascular, baja la mortalidad”

El cardiólogo defiende la educación en hábitos de vida saludables para combatir las enfermedades cardiovasculares

A los pies del imponente castillo medieval del municipio barcelonés de Cardona, el cardiólogo Valentín Fuster (Barcelona, 1943) ha estrenado el auditorio que lleva su nombre con el curso magistral sobre enfermedades cardiovasculares que organiza la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. El especialista, director general del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares Carlos III (CNIC) y director del Instituto Cardiovascular del hospital Mount Sinai de Nueva York, ha abogado por dar una vuelta de tuerca al abordaje de las enfermedades cardiovasculares, principal causa de muerte en los países desarrollados.

«Prevenir» y «educar», repite el médico sin cesar. Cardona, de hecho, es un ejemplo de las dos cosas. El municipio, de apenas 5.000 habitantes, se ha puesto las pilas en la promoción de la salud y ha desplegado la iniciativa Cardona Integral, donde toda la promoción social y económica de la ciudad pivota sobre el cuidado de la salud.

Tras una dilatada carrera bregando con las enfermedades cardiovasculares, Fuster libra ahora una de sus mayores batallas. “Mi obsesión es la gente joven. Lo que estamos haciendo actualmente es cambiar una cultura: promover la salud y crear motivación en la gente joven”, sostiene con firmeza. El camino se presume largo, pero el médico no ceja en su empeño.

Pregunta. Dice que la forma de abordar la epidemia cardiovascular ha de cambiar. ¿Qué ha fallado?

Respuesta. Las enfermedades cardiovasculares están aumentando, lo que quiere decir que es un problema a muchos niveles. El primero es económico: la gente vive más tiempo porque tratamos mejor pero los medicamentos son muy caros y será muy difícil el mantener una financiación de un sistema de salud simplemente entrando en la enfermedad demasiado tarde. La tendencia ahora, por razones económicas, es identificar gente en riesgo y promover la salud desde los individuos más jóvenes.

P. ¿En eso están trabajando?

R. Trabajamos en comprender qué es la salud. Se sabe más de la enfermedad que de la salud. Intentamos saber cuáles son las características científicas que mantienen la salud. El aspecto económico está marcando la ruta: será más económico y barato el poder identificar la gente antes, a edades más tempranas, y promover la salud entre los niños.

P. ¿La gente es irresponsable con su salud?

R. No somos muy responsables de nuestra salud, individualmente hablando. Estamos en una sociedad de consumo donde es más fácil no cuidarse que cuidarse.

Ahora estamos usando tecnologías de imagen para identificar quién tiene ya la enfermedad o riesgo cardiovascular, para cambiar sus factores y sus hábitos. Y cuando un individuo sabe que está desarrollando la enfermedad, vemos cómo puede modificar los factores de riesgo. El problema es que esto es muy complejo en los adultos porque no cambiamos fácilmente de hábitos, incluso sabiendo que tenemos la enfermedad.

«Se sabe más de la enfermedad que de la salud», sostiene Fuster

P. ¿Es posible, realmente, reducir los factores de riesgo [tabaco, obesidad, colesterol, presión arterial alta, sedentarismo…]?

R. Sí se pueden cambiar los hábitos, pero es muy difícil en los adultos. Hemos hecho dos proyectos donde vimos que el espíritu de comunidad es absolutamente crítico. Por ejemplo, reuniones como las de alcohólicos anónimos las hacemos para otros temas de salud. Lo hicimos en Cardona y otros siete municipios españoles. Son grupos de 10 que se reúnen (por ejemplo, uno obeso, otro hipertenso y otro con el colesterol alto) y se ayudan.

También llegará un momento en el que tendremos que dominar la industria alimenticia, entrar en la legislación. Medir la presión arterial debería ser obligatorio.

P. ¿Falla la educación?

R. En adultos, cuando entras individualmente, consigues poco. Pero el que es realmente fértil es el niño. Estamos trabajando con 50.000 niños de diferentes lugares del mundo para enseñarles desde los 3 años hábitos de vida saludables. Son 70 horas de trabajo en seis meses y funciona. Estas edades son la ventana de la oportunidad.

P. ¿Dónde queda la predisposición genética?

R. Es importante, pero no tiene que ser una excusa. Hemos publicado dos estudios en The New England Journal of Medicine que dicen que un individuo genéticamente predispuesto a una enfermedad cardiovascular, si se cuida, baja a la mitad los eventos [cardiovasculares]. No hay duda de que la genética es importante pero si se cuidan los factores de riesgo, baja la mortalidad.

P. ¿La investigación en cardiología camina en la línea de la prevención?

R. Se hace en todos los aspectos, pero hay una tendencia en ir a por la gente más joven. Uno ha de saber que la enfermedad empieza muy pronto, lo que pasa es que no se manifiesta. La arterioesclerosis empieza a los 15-20 años, lo que sucede es que la explosión del infarto es a los 50.

P. La medicina de precisión es el presente y el futuro de muchas especialidades médicas. ¿Qué sucede en cardiología?

R. En cardiología es distinto. Aquí el problema que tenemos es que una medicación que ha de tomar mucha gente, como la estatina por ejemplo, no la toman. No podemos hablar de cardiología personalizada cuando el 70% de los infartados dejan de tomar la medicación que han de tomar.

«Uno ha de saber que la enfermedad empieza muy pronto, lo que pasa es que no se manifiesta», avisa el cardiólogo

P. ¿Por qué no hay adherencia al tratamiento?

Es un tema muy complejo. En infarto de miocardio el problema es la depresión; luego que se dan varias medicaciones, la gente pierde la adherencia a los medicamentos. Pero uno de los factores principales es que uno se encuentra bien y dice, ¿para qué tomar más la medicación?

P. En su última investigación demuestran que la ecografía tridimensional de las placas de colesterol puede predecir mejor el riesgo cardiovascular. ¿Qué papel juega la tecnología en esta batalla contra la epidemia cardiovascular?

P. Es básico. Yo llevo el CNIC y lo primero que pedí fue tecnologías, porque si no, no existe la investigación. Pero no podemos confundir la tecnología con la relación médico-enfermo, que es fundamental. Necesitas hablar con el paciente. No se puede pensar que la profesión médica es una profesión técnica porque no es así.

P. ¿Se ha perdido la humanidad?

R. Sí, se ha perdido. La educación está más enfocada al contacto con la tecnología, no al contacto con el paciente.

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